Cemento: un espacio invisibilizado

Cemento, año 2004

En la Escuela de Chicago de Sociología surge el interés por las relaciones sociales urbanas a partir de procesos muy influenciados por la sociología de Durkheim y una serie de elementos positivistas donde los seres humanos se relacionaban en la ciudad. A raíz de estos estudios es que se crean teorías sobre el funcionamiento de las ciudades y el devenir de sus diferentes particularidades. De este modo comienzan a aparecer diversos conceptos, como la “densidad”, la “interacción” o la “gentrificación”.

Desde este último, quizás, es que se puede abordar una mirada crítica hacia las relaciones de poder. Es decir, cuando un barrio se transforma en un lugar noble, adquiere más valor, y la gente se ve obligada a abandonar su espacio. Así, se comenzó a pensar dónde podría vivir cada “grupo social” por residencia, clase social o nivel socio económico, una segmentación de las ciudades remarcando las desigualdades mediante el control del espacio.

Pensando en lo urbano, caemos en la cuenta de que la ciudad capitalista concentra funciones económicas importantes para el propio sistema. Pero al mismo tiempo, vivir en una ciudad crea roles, tareas, actividades y relaciones sociales con grandes flujos de interacciones. Es aquí donde aparece nuestro espacio: Cemento. En él, los vínculos y articulaciones colectivos fueron la base de toda una ideología.

Cemento fue un lugar fundamental para el desarrollo del Rock Nacional y de la Cultura en general. Un espacio de arte post dictadura militar, sin derecho de admisión, reivindicando la inclusión social y la expresión artística/teatral que ha marcado la identidad de algunas generaciones en pleno auge del neoliberalismo. Sin Cemento – “El semillero de las bandas nacionales”-, hoy no estaríamos hablando de Sumo, Los Redondos, Pappo, Los Piojos o Soda Stéreo como artistas trascendentales de Argentina.

El recinto fue inaugurado el 28 de junio de 1985 como una discoteca del empresario Omar Chabán. La noche de su inauguración, el piso no estaba listo y se abrió con el slogan “Cemento en obra”, de ahí su nombre.
Katja Alemann, actriz y compañera de Chabán, lo recordaba así en una entrevista brindada al Diario Página 12 en 2014:

“Cemento se había inaugurado el 28 de junio de 1985 pese a que el día anterior no estaban listas las losetas del techo; los pisos rebalsaban de material, faltaba el sonido y aún no se habían comprado las bebidas. Llovía a cántaros esa noche y el local se inundó. ‘Mejor no abramos’, propuso Omar Chabán; ‘Vamos a abrir igual le dije yo”.

Luego de años de dictadura y de censura cultural, el lugar rápidamente ocupó un rol esencial en la vorágine porteña, teniendo en su punto clave el permiso para una libertad de expresión total. Sin dudas, el lugar que necesitaba la democracia.

Hoy en día, está olvidado en las entrañas de la ciudad, borrado físicamente, devenido en un paisaje de deshecho para los transeúntes y que solo perdura en la memoria de los nostálgicos. 

Cemento, año 2024

Lo cierto es que este espacio entró en conflicto post Cromañón: Luego de la masacre del 30 de diciembre de 2004, con Chabán preso y procesado por homicidio simple con dolo eventual, se resolvió un embargo de sus cuentas bancarias y de todas sus propiedades. El predio donde funcionaba Cemento fue adquirido en el año 2011 por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a cargo de Mauricio Macri mediante el Decreto 184/2011, que lo transformó en un estacionamiento del área de Infraestructura Escolar, perteneciente al Ministerio de Educación y Deportes. Cemento no solo fue obtenido por el GCBA, sino que fue invisibilizado, tapado, no quedó ni un rastro de lo que sucedió allí, ni adentro ni afuera. Se convirtió rápidamente en un paisaje residual, solo recordado por los protagonistas que vivieron sus propias experiencias.  La imagen que se tapó de Cemento es la que en la década de los ’80 y ’90 hacía sentir identificada a la gente: Funcionaba como un nodo, un lugar de conexión, de rejunte social, de punto de encuentro de diversidades. Su impronta era auténtica, desde la fachada externa hasta un imaginario cultural bien marcado donde, su catalogación de antro, sirvió para alimentar esa apreciación desde múltiples aspectos. No hacía falta que Cemento tenga un cartel identificativo para darse cuenta de su ubicación, la percepción hacía lo suyo.

Sin dudas, aquí se llevó a cabo una lucha por la apropiación del suelo y su respectivo valor. La ciudad beneficia al capitalismo y esto es en gran medida por la productividad del terreno, pasando a ser vista como un bien de uso complejo. Llama la atención, a priori, que el espacio donde por tantos años funcionó Cemento no haya sido aprovechado para una explotación del capital y solo se haya re significado para el funcionamiento de una institución estatal. Pero la invisibilización de Cemento elitizó el barrio, deviniendo en propiedades con más valor y suba de alquileres, logrando –en algunos casos- el desplazamiento de vecinos hacia otros lados. De esta forma, el sistema productivo de la ciudad y los discursos ideológicos tienen gran repercusión en las decisiones que se toman respecto al territorio. Estos procesos inciden en las representaciones populares, generando múltiples conflictos y tensiones ante un escenario de control y dominio.

 

Con Cemento invisibilizado, se perdió un lugar fundamental de identificación cultural y movimiento vanguardista. Cemento tenía esa carga mística, de espacio ritual, sagrado, un sitio de culto donde las tribus urbanas lo sentían propio. En definitiva, se erige como un espacio cuya memoria ha sido sistemáticamente marginada por las lógicas especulativas del capital urbano. Ahí donde antes se tejían lazos sociales y artísticos, hoy persiste un vacío generado por intereses que priorizan la rentabilidad sobre el recuerdo comunitario. Esta dinámica no solo borra huellas materiales, sino que también erosiona el derecho de los grupos sociales a reconocerse en su propia historia. 

Algunos afiches de Cemento
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