los usos políticos del cambio climático

Fuente: www.lavozdegalicia.es

En estas líneas les proponemos pensar sobre los usos políticos del cambio climático.

 

En las últimas décadas se experimentó un aumento de catástrofes de origen climático, como inundaciones, olas de calor, de frío y sequías. Millones de personas desplazadas pasaron a llamarse “refugiados ambientales”. Jefes de Estado y Organizaciones No Gubernamentales que culpan al cambio climático y a las políticas de países que no se comprometen en la reducción de Dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. ¿Todo es culpa del cambio climático? ¿Existe un uso político del cambio climático que permite desviar la mirada sobre la falta de políticas públicas en la prevención de las catástrofes de origen climático?

Un poco de historia… climática

En el planeta Tierra, los cambios climáticos constituyen parte de su historia natural, a través de estudios actuales podemos saber que existieron distintos eventos climáticos desde el inicio de la actividad atmosférica de nuestro planeta, alternando glaciaciones y períodos de elevadas temperaturas. Desde hace aproximadamente 12 mil años nos encontramos atravesando el fin de la última glaciación planetaria, lo que se denomina como período interglaciar. El mismo se caracteriza por un aumento generalizado de la temperatura global y, en consecuencia, un aumento de las precipitaciones, la fusión de los hielos y disminución de los casquetes polares.

En la dinámica atmosférica el dióxido de carbono (CO2) es un gas que, dependiendo de su concentración y densidad puede generar el aumento o la disminución de la temperatura global. Es por ello que a partir de la Segunda Revolución Industrial, hacia fines del siglo XIX, comenzó a percibirse un aumento de las emisiones de CO2 y, por lo tanto, una aceleración del proceso natural del efecto invernadero.

En su libro “La Historia del Clima”, Pascal Acot (2005)[1], plantea que desde la década de 1960, existe un importante retroceso de los glaciares y mantos de nieve. Asimismo durante el siglo XX las precipitaciones anuales medias aumentaron entre el 0,5 y 1 % por décadas en las latitudes altas y medias del hemisferio norte.

Sumado a ello, el nivel de los mares aumentó entre 10 y 20 centímetros en ese mismo período. Se cree que para el 2050 la temperatura media anual aumentará entre 1° C y 4° C. paralelamente, la superficie del mar también se ha calentado 0,8° C., ello implica que al calentarse los océanos es menor la energía y CO2 de la atmósfera capaz de absorberse y almacenarse en el agua.

El aumento acelerado de la temperatura global pudo asociarse a distintos eventos climáticos que derivaron en catástrofes a lo largo del último siglo XX y principios del XXI. En consecuencia, se observaron cambios en las dinámicas ecosistémicas, oceanográficas, metereológicas e hidrológicas a nivel global, como así también un aumento de desplazados ambientales. A partir de estos hechos y las advertencias de diversos organismos internacionales, este problema comenzó a tomar visibilidad a nivel mundial, instalando el problema en la agenda política internacional.

Acuerdos y conferencias “verdes”: de la intención al hecho hay un largo trecho…

Cuando la preocupación por las cuestiones ambientales comenzó a hacer eco en la población mundial, surgieron cada vez más iniciativas con el fin de evitar la devastación del planeta, desde propuestas individuales de salvar el planeta reduciendo, reciclando y reutilizando hasta grandes proyectos llevados a cabo por Estados, organismos supranacionales y Organizaciones No Gubernamentales.

Si bien podemos iniciar ese camino en la conferencia de Estocolmo en 1972, fue recién 20 años después, en la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro, que la preocupación por el planeta tomó trascendencia mundial. En ese encuentro participaron jefes y jefas de Estado y distintas organizaciones no gubernamentales convocadas por buscar posibles soluciones a la crisis ambiental.

La Agenda 21, constituyó una esperanza para quienes pensaron que esa instancia iba a ser una inflexión. Sin dudas parte de la herencia de ese encuentro fue la adopción del concepto de `desarrollo sustentable´ como una forma de reparar desde el capitalismo los mismos daños que ese sistema había causado, aunque conservando el modo de producción extractivo sin modificaciones sustanciales. Es decir que el capitalismo enfrentaría y solucionaría la crisis ecológica que produce y recrea permanentemente.

James O Connor en su artículo ¿Es posible el capitalismo sostenible? planteó que desde la década de 1970 la mayoría de las administraciones de centroderecha y derecha que han gobernado fueron incapaces de dirigir un tipo de desarrollo capitalista que mejore las condiciones ambientales ya que estos gobiernos están más comprometidos en expandir el «libre mercado» e imponer «ajustes» económicos en el Sur que resolver la crisis ambiental.

La “preocupación” del capitalismo en resolver esa crisis ambiental generó algunas acciones o intentos reparatorios de “buenas intenciones”. Así muchos países (entre ellos Argentina) firmaron distintos tratados internacionales en materia ambiental. En el año 2015, se firmó el Acuerdo de París, allí, los Estados firmantes se comprometieron a la reducción de las emisiones de CO2 para el año 2050, con el fin de limitar el calentamiento mundial a 2° C.

Así, muchos discursos se comprometen a una economía verde y al desarrollo sustentable pero sin salir del mismo modo de producción que genera la crisis ambiental:
“Hay otro tipo de sostenibilidad que también nos importa mucho: es la climática. Por eso estamos absolutamente comprometidos con los principios establecidos en el acuerdo de París. Estamos seguros que el desarrollo del futuro será verde o no va a ser”. (Discurso del presidente Alberto Fernández en el Congreso de la Nación, 1° de marzo de 2021)[2]

En muchos de los países que asumieron el compromiso de disminución del gases de invernadero, persisten prácticas extractivas como el avance de la frontera agropecuaria y el desmonte de los bosques nativos que precisamente cumplen una función esencial en la retención del carbono.

Cabe preguntarse ¿Es posible que los acuerdos o políticas públicas ambientales referidas al cambio climático pueden ser sólo débiles barreras ante un modo de producción que no pretende detenerse? ¿Es más práctico usar al cambio climático que ver las propias contradicciones de un sistema cada vez más insustentable?

La práctica discursiva de “culpar” al cambio climático se convirtió en una estrategia de muchos gobiernos que se asumen como “víctimas pasivas” de un enemigo global, ajeno y por momentos difícil de identificar. También esa práctica se complementa con un llamado de conciencia a la adquisición de actitudes ambientalmente responsables de los individuos.

Aromar Revi, coordinador y autor principal del informe Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, considera que para evitar el calentamiento global «Los ciudadanos y los consumidores están entre los actores más importantes para evitarlo» y que es posible hacerlo a partir de cinco cambios cotidianos para ayudar a evitar una «catástrofe»: Utilizar el transporte público, ahorrar energía, consumir menos carne, reducir y reutilizar, informar y educar a los demás.

Si bien son acciones que pueden ser “ambientalmente amigables”, las mismas apuntan a determinadas sociedades urbanas y no contempla la participación política y el ejercicio de la ciudadanía crítica que pueda poner en cuestión el modo de producción actual, es decir que la solución sólo está en los cambios de los hábitos individuales. Podemos decir que detrás de estas ideas quedan invisibilizadas varias aristas que son importantes discutir: ¿Existe alguna crítica concreta del ambientalismo hegemónico al modo de producción actual?

¿Y la culpa de quién es?

En 2018 recorrió el mundo la figura de Greta Thunberg y su preocupación por el cambio climático, portando la voz de la conciencia joven y de las generaciones futuras. La activista sueca de 16 años, con una expresión de preocupación y angustia ocupó las pantallas de los medios de comunicación reclamando que se tomen medidas para ponerle un freno al calentamiento global. Se la invitó a distintos foros y encuentros en donde políticos de todo el mundo escuchaban con cara de preocupación y asintiendo el reclamo de la adolescente.

Sin embargo, el sueño de Greta Thunberg donde los autos eléctricos se desplazan por todo el mundo parece desvanecerse cuando ese interés choca con las luchas anti mineras o se deja al descubierto que ese tipo de “tecnología limpia”, tiene como costo la explotación humana y devastación ambiental de muchos países periféricos para obtener los minerales necesarios para su producción.  

Lo cierto es que según la práctica discursiva de plantear que “la humanidad” es la responsable de calentamiento global, no permite individualizar que quiénes producen el mayor impacto en la emisión de CO2 son industrias y empresas transnacionales concretas que deforestan millones de hectáreas de bosques tropicales y subtropicales todos los años para realizar sus monoproducciones agrícolas de exportación.

Los atentos y preocupados oyentes de Greta Thunberg lo saben, pero prefieren seguir siendo parte de ese circo mediático y aplauden emocionados el discurso que invita a salvar el planeta pero que a su vez no ayuda a visibilizar que es el mismo capitalismo quién produce el cambio climático y que paradójicamente, los intentos de ese mismo modo de producción que pretende reparar el problema son poco útiles.

Los desastres los genera el cambio climático y ¿no se habla más?

Desde que el cambio climático tomó conocimiento público y pasó a ser parte del discurso cotidiano, fue común asociar a muchas de las catástrofes climáticas al mismo. Más allá que no se niega esa relación, no siempre el análisis debería ser tan lineal.

Por ejemplo, en 2017, luego de que las inundaciones en el sur de la provincia de Santa Fe dejaran como saldo 500 evacuados y cerca de 10 ciudades afectadas, el presidente Mauricio Macri planteó en una conferencia de prensa, que: “Este cambio climático sigue pasándonos facturas y tenemos que tratar de hacer dentro de la medida de los posible para asistir a las víctimas.”

Así, se deja invisibilizada la falta de planeamiento territorial y ambiental de los gobiernos provinciales y locales: el diseño de autopistas y rutas que actúan como diques, la deforestación que impide que el agua sea retenida en la tierra, las nuevas urbanizaciones de élite que desecan humedales, entre otros.

Otro ejemplo discursivo en torno a las consecuencias del cambio climático, puede leerse en la página de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), que plantea lo siguiente:
“En ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, nos preocupa particularmente que los efectos del cambio climático, como la escasez de los recursos naturales, la reducción de las cosechas y la escasez de ganado, tengan un efecto multiplicador en los riesgos que generan conflictos e inestabilidad y que estos deriven en crisis humanitarias y unos mayores flujos de desplazamientos, tanto internos como transfronterizos.  
Aquellos países que de por sí ya se encuentran en una situación de fragilidad tienen un mayor riesgo de sufrir el estallido de conflictos por el cambio climático. Algo que ya está ocurriendo, por ejemplo, en el Sahel.  En Somalia, país muy sensible al cambio climático, la intensificación de las sequías, las inundaciones y los conflictos han forzado el desplazamiento interno de más de 746.000 personas este año”.

En este relato planteado por ACNUR, el cambio climático se enuncia como un hecho lineal que generó las sequías y el posterior desplazamiento forzoso de la población.

Sin embargo se omite que la escasez de recursos naturales refiere a los renovados modos de acumulación que se encuentran intactos desde los inicios del capitalismo y la extranjerización y concentración de las tierras que, junto a las producciones agrícolas forman enclaves monoprodutivos que destruyen y agotan el suelo agrícola y que, con un agravante climático como la sequía, aumenta considerablemente la reducción de cosechas y ganado.

A su vez estos procesos propios del capitalismo extractivo, directa o indirectamente, excluyen a millones de personas de sus medios de producción, por lo que esas personas despojadas también se pasaron a llamar “refugiados ambientales”, es decir que son personas que fueron desplazadas sólo por eventos climáticos y no por un proceso que los despojó paulatinamente de sus medios de producción.

Las áreas marginales del capitalismo periférico como Somalía, son aún más vulnerables ante eventos climáticos como las sequías y la desertificación. Como muchos países africanos, la estructura económica de Somalía es sumamente dependiente y vulnerable, lo cual no se debe sólo al cambio climático sino a décadas de dependencia económica, ocupación extranjera, conflictos étnicos y actividades monoproductivas encabezadas por empresas extranjeras que muy lejos están de mejorar las condiciones ecológicas que aminoren los efectos de la sequía y desertificación.

¿Cómo pensar el cambio climático en nuestras clases de Geografía y de Ciencias Sociales?

La naturalización del discursivo sobre el Cambio Climático como el culpable de las renovadas crisis ambientales, puede ser reduccionista y peligroso, ya que oculta y no permite visualizar las responsabilidades locales debido a que están tapadas por un problema global del que existe un consenso indiscutible. Todo ello se englobado en la idea de “sustentabilidad capitalista” que muchas veces “borra con el codo lo que se escribe con la mano”.

Tradicionalmente, la incorporación de contenidos y saberes sobre cambio climático en las clases de Geografía y Ciencias Sociales se centró en resignificar contenidos y saberes de la Geografía Física y Ambiental. Muchas veces es factible vincular el cambio climático a conceptos como desastre o catástrofe pero sólo quedándonos con las consecuencias. Si entendemos que la enseñanza crítica de las Ciencias Sociales implica desnaturalizar la realidad social, debemos repensar el abordaje de contenidos como cambio climático y discutir la idea de “sustentabilidad” impuesta por el ambientalismo hegemónico liberal.

En este sentido, repensar las múltiples causas sociales, políticas y culturales de los eventos catastróficos puede permitirnos desentramar la totalidad de los problemas a partir del análisis de las políticas públicas, los discursos de los actores sociales involucrados y las diferentes escalas de análisis que van más allá del enunciado “la culpa es del cambio climático”.

Así también, ir más allá de asumir responsabilidades individuales en torno al cuidado del planeta también invita a construir una ciudadanía más crítica que pueda comprender la complejidad de los problemas ambientales desde una perspectiva social y política que permita decolonizar y deconstruir las miradas.

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