En estas líneas les proponemos pensar sobre los imaginarios que aún pesan sobre la Geografía.
¿Por qué se sigue pensando en capitales, ríos y montañas al hablar de “Geografía”?
Es indiscutible que estas imágenes están estrechamente asociadas a nuestra ciencia, a pesar de que, desde la academia en general, hayan sido puestas en tela de juicio casi desde la década del cincuenta, para dejarlas definitivamente “enterradas” a partir de los setenta.
La pervivencia de estas ideas, dentro y fuera del ámbito escolar, se ha constituido en uno de los desafíos actuales a superar por nuestra disciplina, el cual nos interpela a trabajar en una divulgación más activa, y que trascienda las fronteras de nuestro propio campo.
La idea de este artículo, por lo tanto, es la de intentar esbozar algunas líneas que echen luz, dentro de la enorme complejidad de la historia de nuestra ciencia, sobre el por qué estas imágenes persisten y se enraízan en el sentido común de nuestra sociedad.
En primer lugar, porque conviene…
Yves Lacoste, en su obra La Geografía, un arma para la guerra, ya venía denunciando que el verdadero saber geográfico, aquél referido al conjunto de representaciones cartográficas y conocimientos variados referidos al espacio, es un saber percibido como estratégico por las minorías dirigentes (puede ser el Estado, las empresas transnacionales, las elites locales, entre otros grupos), que lo utilizan como instrumento de poder, de dominación, al servicio tanto de la práctica política, como de la económica y militar.
Por otro lado, a este saber se antepone una cortina de humo, la “geografía de los profesores” y la “geografía espectáculo” que, en su tarea de enmascarar el carácter estratégico de la anterior, se encarga de reproducir a la geografía como una serie de datos, descriptiva y memorística, y en su forma más “amigable”, asociable a los paisajes que evocan a nuestras emociones. Y si les suena conocido, en breve veremos porqué.
No nos ponemos de acuerdo
Era infaltable el debate epistemológico. Desde su institucionalización en la segunda mitad del siglo XIX, y en el marco de los postulados positivistas de la época, existe en el plano académico una constante -y polémica- disputa en torno a la necesidad de establecer un objeto y un método de estudio.
Si bien estas posturas han sido discutidas y superadas en muchos aspectos desde la aparición de la Geografía Crítica o incluso de la Pragmática, la discusión está muy lejos de darse por terminada. De una u otra forma, el problema que acarrea esta particular evolución de nuestra disciplina es la enormidad de posiciones (y superposiciones) teóricas que circulan desde entonces hasta hoy, ya que en ninguna ocasión la aparición de una nueva idea supuso el fin o la superación de la anterior. Robert Moraes hace un breve pero muy interesante recorrido en torno a esta idea, así que les dejo el link para que puedan conocer su obra.
Las cuestiones sociales tardaron en llegar al a escuela y a los profesorados
En este punto nos ponemos bien locales… En Argentina, desde fines del siglo XIX y hasta los años 80, toda dimensión epistemológica o debate, o aún la introducción de las cuestiones inherentes a la renovación de la geografía, no tuvieron lugar en el plano académico.
Por ello es que, de la mano de la influencia de la tradición fisiocrática alemana, y en mucha menor medida, de los primeros esbozos de la escuela regional francesa, la geografía (y sobre todo, su enseñanza) estuvo centrada más que nada como un discurso sobre la nación (Romero, 2004) dirigida a la construcción de una identidad nacional a través del sistema escolar.
Cabe destacar que esta geografía presentaba a través de su discurso una unidad conceptual implícita de la naturaleza con el territorio y con el Estado, y su mera existencia no requería ningún distanciamiento o al menos no ponía en duda que lo enunciado por los geógrafos o los profesores de geografía difería de la realidad. Es más, se la entendía como la realidad, objetiva e indiscutible.
Esta tradición, a pesar de la reforma educativa del 93, y la posterior sanción de la Ley Nacional de Educación del 2006, las cuales ofrecían la apertura a la renovación de los contenidos desde una perspectiva renovada (hasta incluso contestataria) fueron insuficientes para un cambio de las prácticas en el aula, tanto en el ámbito escolar como en los profesorados no universitarios.
Respecto a esto último, cabe aclarar que, si bien hoy se está viviendo una etapa de transición, en la cual estas nuevas perspectivas se están introduciendo de a poco y de manera heterogénea en la enseñanza media y superior, las prácticas hoy dominantes mantienen esa convicción implícita de que no hay distancia entre realidad y representación, entre la superficie terrestre y los mapas.
En suma, aún hoy lo que se define en ella como tarea ineludible (abordar mapas) y como identidad (descripción de elementos de la Tierra, en especial los naturales) pretende ser el reflejo de una Geografía útil en tanto aspira a captar desde la sensibilidad humana (…) ese objeto (…) dado en sí mismo de una vez y para siempre porque se entiende que el objeto (…) existe en sí mismo (Tobío, 2019).
Todo ello repercute en las ideas presentes en nuestro sentido común
Este bombardeo de imágenes, ideas y representaciones poco modificadas de aquella tradición escolar decimonónica, sumada a la dificultad de nuestra disciplina para definirse a sí misma, enraíza en nuestro sentido común, y el resultado se torna en este punto bastante predecible: terminamos reconociendo a la geografía como un conocimiento cuya utilidad reside para capitalizar mejor las experiencias de viajes, la capacidad de localización, para reconocer elementos del paisaje, para mostrar una buena cultura general o incluso como un conocimiento inútil.
Por supuesto, esta imagen que pesa colectivamente, luego se traducirá en lo que la sociedad demandará de la geografía en la escuela, y esto no es un dato menor. Les recomiendo un breve trabajo de Fernández Caso y otros para que puedan ahondar al respecto.
En definitiva, tenemos trabajo por delante
Si estas imágenes que están instaladas en el conjunto social son aquellas que queremos desterrar para componer otras, cabe preguntarse cuáles son las ideas y conceptos que queremos que relacionen con nuestra disciplina. Por eso, estas palabras finales son una invitación a que generemos los espacios de duda, para que cuestionemos cuál ha sido el camino recorrido hasta ahora por nuestra disciplina, a qué intereses ha respondido, y cuáles son aquellos a los que debería responder.
En definitiva, una actitud vigilante hacia estos aspectos sería un buen punto de partida para que empecemos una búsqueda que no termine con una conceptualización acabada de una vez y para siempre acerca de lo que hacemos y cómo lo hacemos, sino que apunte a generar nuevas preguntas, nuevas ideas, y, de esta manera, construir juntos una geografía crítica, reflexiva, y aprehensible para todos.
Maximiliano Felipe es Columnista en Un Espacio Geográfico. Es también Estudiante avanzado del Profesorado en Geografía en el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”.
Actualmente se encuentra realizando una especialización en Geografía Económica Mundial.
Correo Electrónico: maxi.g.felipe@gmail.com