“El objetivo del urbanismo debería ser poder disfrutar de ciudades inclusivas que tengan en cuenta la diversidad real que caracteriza a los espacios urbanos, y así poder hacer posible que el derecho a la ciudad sea un derecho humano para todas las personas”.
Zaida Muxí Martínez, Roser Casanovas, Adriana Cicoletto, Marta Fonseca y Blanca Gutiérrez Valdivia
¿Por qué ciudades con perspectiva de género?
Históricamente las ciudades fueron concebidas y planificadas bajo un enfoque patriarcal hegemónico y androcéntrico: hombres blancos, cisgénero, burgueses, capitalistas, nativos y colonialistas.
En la antigüedad las mujeres estuvieron excluidas de la vida pública, considerándolas ciudadanas de segunda, y participando en la vida ciudadana sólo a través de su rol como esposas y madres. Christine de Pizan en su obra “La ciudad de las damas”, publicada en 1405 reivindica los derechos de ciudadanía para las mujeres en el ámbito público (Pérez Sanz, 2013, pág. 95); es decir ya desde el siglo XV, se advierten las asimetrías entre los géneros.
Sabemos que “los espacios surgen de las relaciones de poder, las relaciones de poder establecen normas, y las normas definen los límites tanto sociales como espaciales, determinan quién pertenece a un lugar y quién queda excluido y dónde se localiza una determinada experiencia” (Mc Dowel, 1999)[1] Desde sus orígenes la geografía concibió el espacio desde un enfoque neutral[2], y más precisamente una “visión desde ninguna parte” (Staheli, Kofman, y Peake, 2004)
Desde una perspectiva de género el espacio geográfico es conceptualizado como un dispositivo de dominación y discriminación por los varones en la sociedad. Situarse en una perspectiva de género implica asumir un posicionamiento epistémico relativo a las relaciones de poder entre los géneros y, en este sentido, es necesario reconocer que la cuestión de los géneros no es un tema más; no es un tema que deba agregarse (Colombara, 2013).
“Durante mucho tiempo, los geógrafos habían ignorado la presencia específica y particular de las mujeres en la producción de territorio, por lo que se presentaba la experiencia de los hombres como si fuera la totalidad de la experiencia humana. Las mujeres que formaban parte de una masa anónima[3] e ignorada, fundamentalmente, eran presentadas como sujetos pasivos en diversas situaciones, tales como los flujos migratorios o en la construcción de paisajes rurales o urbanos” (Varela, 2015, pág. 218) Podía observarse además, una desvalorización de las mujeres en la vida cotidiana frente a sus derechos ciudadanos.
La ciudad es todo el tejido social. No existe un solo tipo de experiencia urbana, ni una sola manera de vivir la ciudad. La ciudad no es igual para todas las personas que las habitan.
El modelo de ciudad en el que vivimos se ha desarrollado sobre el sustento de la división sexual de los trabajos y los territorios, anclado en el esquema dicotómico entre espacio público y privado (dualismo público-privado) que segrega dicho espacio según dos esferas, la productiva y la reproductiva, y asigna funciones específicas con categorías genéricas de lo femenino y lo masculino (sistema binario). De este modo se invisibilizan las actividades no productivas que se realizan en el espacio público, especialmente las reproductivas y de cuidados, porque están asignadas al espacio privado y no remunerado.
La exclusión de las mujeres del espacio público, por tanto, tiene su origen en esa división binaria, y se plasma en unos espacios que priorizan las necesidades y experiencias masculinas. Esta configuración de los ámbitos urbanos persiste en la actualidad, y perpetúa las históricas desigualdades territoriales basadas en el género.
La incorporación del enfoque de género en los estudios urbanos fue tardía y lenta; se observa una falta de reflexión teórico – metodológica, y el afianzamiento de un objeto de estudio, junto a la definición de ejes o núcleos conceptuales y problemáticas concretas. (Duhau, 2000, págs. 13 – 35). Existen numerosos trabajos empíricos, pero con pocos desarrollos teóricos. Estas mismas deficiencias pueden verse respecto a la presencia de dichos enfoques en la educación. Se advierte, además, una escasa vinculación entre los trabajos de investigación de la academia, y la planificación urbana.
¿Es posible pensar otros tipos de ciudades?
La respuesta es afirmativa; hay buenas noticias respecto de algunas iniciativas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 2015), Agenda 2030, y Nueva Agenda Urbana (NUA- Quito 2016)[4], el derecho a la ciudad, y específicamente el derecho de las mujeres a la ciudad[5], el urbanismo feminista[6], y sobre todo la introducción de la perspectiva multidisciplinaria en los debates ciudadanos y políticos.
El derecho a la ciudad[7] es un concepto que ya lleva medio siglo de trayectoria. Fue enunciado en 1968 por Henri Lefebvre en su obra “le droit à la ville” (El Derecho a la Ciudad)[8], influenciado por los movimientos sociales (estudiantiles y obreros) surgidos ese año, por las críticas al fracaso de las políticas de los Estados de Bienestar en relación a la vivienda y a las condiciones de vida urbanas en los países capitalistas, denunciando la apropiación de las ciudades por parte del capital y sus intereses. (Pérez Sanz, 2013, pág. 93). Ante este escenario Lefebvre entiende que los verdaderos protagonistas de la ciudad son sus habitantes, por lo que propone la reapropiación del espacio por los mismos.
David Harvey y Jordi Borja, ampliaron el concepto con otros aportes. Harvey (2012) profundiza la idea de que el derecho a la ciudad es un derecho colectivo de todas las personas que habitan, acceden y usan la ciudad y supone no solamente el derecho a usar aquello que ya existe, sino también a definir y crear lo que debería existir en los espacios urbanos en miras a la satisfacción de la necesidad de llevar una vida digna y plena en dicho entorno. Es decir, de alguna manera, aparece aquí una aspiración hacia un proyecto urbano distinto, llevando la producción de la ciudad al ámbito de las utopías, a la ciudad deseable (Carrión Mena y Dammert-Guardia, 2019, pág. 11)
Borja, por su parte, entiende que “ciudad, ciudadanía y espacio público son los tres elementos que conforman el derecho a la ciudad, funcionando de manera conjunta e indivisible, por lo que la ciudad se convierte en un espacio político donde los ciudadanos elaboran sus deseos, reivindicaciones y demandas y, por ende, un espacio de lucha y conflictos” (Pérez Sanz, ob cit. pág. 93)
La igualdad de género es uno de los ocho componentes del derecho a la ciudad, por lo que es poco probable que exista derecho a la ciudad sin igualdad de género.
En la última década la perspectiva de género se incorporó al derecho a la ciudad en los análisis políticos
A partir de la idea de avanzar hacia ciudades más justas e inclusivas para todos los habitantes, surgen nuevos aportes relacionados con el derecho a la ciudad: con perspectiva de género, y desde los movimientos feministas, incluso desde el ecofeminismo.
El derecho de las mujeres a la ciudad indaga sobre la exclusiónde las mismas en la planificación urbana, y constituye un tema de justicia social, ante el surgimiento de nuevos paradigmas culturales. La geografía también invisibilizó este enfoque durante mucho tiempo; el giro cultural y las teorías postmodernistas otorgan visibilidad a las relaciones espacio – género, ciudad – género. Asimismo, adquieren relevancia las relaciones entre perspectivas geográficas feministas y estudios urbanos.
No existen memorias del espacio urbano producidas por mujeres. “Hannah Arendt hablaba de las mujeres como las omitidas de la historia de las ciudades […]” (Elorza, 2019, pág. 212)
En la actualidad, el espacio urbano se ve interpelado por las mujeres, desde todos los lugares; desde el primer territorio de apropiación que son los cuerpos[9], que a su vez constituyen territorios en disputa (especialmente los cuerpos de las mujeres o los cuerpos disidentes) y de resistencia, hasta todos los espacios en los que desarrollan sus experiencias cotidianas.
Sabemos que las ciudades son espacios polarizados, por lo que hay distintas variables que es necesario considerar a los efectos de disminuir las desigualdades de género:
þ acceso a los espacios públicos
þ a los equipamientos y servicios
þ a la movilidad
þ a la vivienda
þ al trabajo (brecha salarial de género, “techo de cristal”, “pisos pegajosos”, “paredes de cristal”)
þ a la interacción social
þ a la seguridad y ausencia de violencia en los espacios públicos y privados
þ al ambiente
þ a la acción colectiva (entendida como participación ciudadana en la producción de la ciudad)
Las consideración de cada una de las variables anteriores, nos conduce a formularnos algunas preguntas elementales:
v ¿Qué ciudad? (abordaje situado)
v Ciudad ¿de quiénes y para quiénes?
v ¿Quiénes usan las ciudades y los espacios públicos, quiénes no, y por qué?
v El diseño y la estructura urbana de nuestras ciudades “es para todos por igual”?
v ¿Cómo vivimos las ciudades los distintos actores sociales, y qué lugar ocupamos en ellas?
v ¿Cómo representamos cartográficamente nuestro accionar en las ciudades?
Horizontes posibles
Pensar, hablar, imaginar, actuar, habitar, planificar y gestionar las ciudades con perspectiva de género implica incluir a las mujeres, pero no de manera exclusiva excluyente, ni revanchista. Se trata de cuestionar la concepción neutral del espacio. Se trata de no omitir a nadie, no dejar a nadie afuera, incorporando una visión que hable de problemas universales pretendiendo poner en el centro las necesidades de niños, niñas, personas mayores o personas con diversidad funcional, pero no como sujetos homogéneos, sino teniendo en cuenta otras variables como edad, etnia, estratificación social, género y orientación sexual. Se trata de construir nuevos enfoques más abiertos, inclusivos, participativos, equitativos, sostenibles, y plurales que atiendan a toda la diversidad social.
En esa dirección resultaría necesario visibilizar las relaciones asimétricas de poder entre varones y mujeres que configuran la vida social; cuestionar y/o deconstruir roles, mitos y estereotipos anacrónicos que profundizan las históricas desigualdades de género; romper la dicotomía clásica entre trabajo productivo (economía de la producción, ámbito público) y trabajo reproductivo (economía del cuidado, ámbito privado), ó trabajo remunerado vs trabajo no remunerado, y por tanto, equiparar las tareas de reproducción con las de la producción.
La pandemia de covid -19 puso en entredicho nuestro acostumbrado habitar ciudadano; el hecho se puede tomar como un desafío o una oportunidad para rediseñar las ciudades incorporando esa nueva mirada que se esbozó en el artículo.
Demás está decir que resultaría sumamente enriquecedor trasladar dichos planteos a situaciones áulicas que propicien el abordaje pedagógico de las ciudades desde una perspectiva de género.
[1] Linda Mc Dowell, geógrafa británica influída por el giro cultural y las teorías posmodernistas , en sus distintas obras se propuso visibilizar las relaciones entre género y espacio, como así también sobre la división sexual del trabajo a partir de los roles de género, y su desigual distribución en los espacios privados y públicos.
[2] Visión hegemónica, androcéntrica, etnocéntrica, estratocéntrica, universal e imparcial
[3] A lo largo de la historia, “anónimo” es una mujer.
[4] Tanto los ODS como la Agenda 2030 y la Nueva Agenda Urbana incorporan la equidad de género como pilar esencial para una sociedad que atienda las necesidades de toda la población.
[5] A nivel internacional existen varios documentos que trabajan en esta dirección, como la Carta Mundial por el Derecho de las Mujeres a la Ciudad (2004) y la Carta Europea de las Mujeres en la Ciudad (1994).
[6] Maristella Svampa, considera que “el urbanismo feminista es una clave fundamental contra el extractivismo urbano, por cuanto integra una visión de ciudad pensada para la reproducción de la vida y no para la producción de la vida y no para laproductividad del capital” (2020, pág. 257)
[7] El derecho a la ciudad es un concepto complejo, en disputa, que tiene multiplicidad de significados, y que se ha banalizado con su uso inapropiado
[8] El derecho a la ciudad se entiende como un derecho a la vida urbana, a lugares de encuentros y cambios, a los ritmos de vida y empleos del tiempo que permiten el uso pleno de estos momentos y lugares (Lefebvre, 1978, pág 167). Es un derecho colectivo contenedor de otros derechos; es también un derecho humano emergente.
[9] El cuerpo es una escala muy importante para la geografía urbana. Alicia Lindón (2009, pág. 6) se refiere al cuerpo “como una ventana para comprender la construcción social de la ciudad, de lo urbano y sus lugares, a través de los sujetos que la habitan corporal y emocionalmente”. Las geografías del cuerpo y las geografías de las emociones, dan cuenta de ello.
Andrea Silvina Galante es Profesora y Licenciada en Geografía egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y posgraduada en Gestión de las Instituciones Educativas en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
El desarrollo profesional y laboral comprende tres ámbitos específicos: investigación (cuestiones urbanas, ecología y ambiente, geografías de género y feministas); producción editorial en el campo educativo en los niveles inicial, primario y secundario; docencia y capacitación, tanto en organismos e instituciones estatales, como en el sector privado.
Actualmente se desempeña como docente de nivel terciario y superior en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, en las asignaturas de Introducción a la Geografía, Geografía Urbana y Rural, Territorios II: Europa, y Taller de Diseño de Materiales Didácticos.